Boletín Homeopático


JUNIO 2005

SER HOMEÓPATA
Por el Dr. Gilberto Quintero Ramírez

Con la publicación del presente boletín, y gracias a la aceptación por parte de ustedes lectores y amigos, cumplimos dos años. Por lo mismo, hemos elegido en tema especial para celebrar este segundo aniversario. Y en este caso dicho tema versa sobre la importancia, el largo alcance y la profunda dimensión de nuestra profesión, así como sus implicaciones sociales y alcances humanos.

¿Qué significa ser homeópata en la actualidad? ¿Qué implica nuestra práctica en estos tiempos postmodernos de escepticismo materialista y cientificismo a ultranza? ¿Qué circunstancias han cambiado con respecto al desempeño y la labro de los homeópatas?

La única misión del médico es curar, anticipar Hahnemann como la premisa excepcional e ineludible de la esencia del homeópata. Así, el fundador de la Homeopatía define nuestra profesión fundamentándola en nuestra misión. Por lo mismo, para él, el homeópata es un luchador incansable que busca la verdad y desentraña con la ávida constancia los misterios de la naturaleza y los secretos de la condición humana: Es un científico, un investigador, un hombre de pensamiento activo e índole cuestionadora. Para Hahnemann, el homeópata es un estudiante y un estudioso de las múltiples manifestaciones de la enfermedad y de los diferentes caminos hacia la salud.

Sin embargo, el gran maestro Kent describe al homeópata verdadero también como un hombre de profundas convicciones y elevada estatura ética y moral, como un individuo que no se acobarda ante las exigencias o críticas de la sociedad ni se deja influenciar por los deseos y posturas de sus pacientes.

Para el sabio homeópata norteamericano el homeópata debía ser un hombre de conducta y proceder intachables, un ejemplo de sensatez y ecuanimidad, un líder verdadero y desinteresado que propugnara por la salud más integral. En pocas palabras, Kent habla de un individuo muy sano y, por lo mismo, con un elevado grado de conciencia.

Asimismo, podríamos preguntar si acaso alguien posee de antemano tales cualidades, cumpliendo de lleno con dichos requisitos, y difícilmente encontraríamos candidato alguno. Y si a esto agregamos las cualidades vocacionales del homeópata ideal: Espíritu de servicio, naturaleza empática, carencia de perjuicios y esencia humanista, podemos afirmar que dicho ser humano no existe aún. Pero eso no implica que nos e pueda aspirar a serlo ni que la vida del mismo sea un proceso de construcción permanente en pos de dicho ideal.

La profesión de homeópata, en la actualidad, es ante todo un reto pero también es una realidad en ciernes. Durante mucho tiempo, el homeópata fue un individuo extraño y excéntrico, adosado de misterios y con resonancias arcanas y metafísicas. El homeópata de nuestro pasado se distinguía por presentarse ante la sociedad como el poseedor de una sabiduría especial que a muy pocos compartía, a la vez que cultivaba el halo del sigilo y enigma con que los demás lo veían. Era, por lo general, un hombre barbado y mayor, adusto, que observaba todo con gran intensidad, de pocas sonrisas y de silencios impenetrables que se transformaban repentinamente en una cascada incontenible de preguntas perturbadoras e íntimas. Era, más que un médico una suerte de hechicero que vivía rodeado de incontables frascos, matraces y sustancias indescifrables, y a quien se recurría cuando ya se habían agotado todas las opciones. Era el “chochero” de antaño.

En la actualidad, el homeópata está llamado, en primer lugar, a construir su profesión dentro del marco social y , posteriormente, a ganarse un respeto y un reconocimiento a todos los niveles para que el adjetivo homeópata deje de apelar a connotaciones misteriosas en intangibles y se convierta en un sinónimo no sólo de prestigio clínico y terapéutico sino que se transforme en sinónimo de convicción, entrega y humanismo.

Si la Homeopatía, terapéutica por excelencia, puede ser catalizadora de la trascendencia del hombre (como lo mencionara el mismo Hahnemann en su parágrafo 9) entonces homeópata debe ser partidario y constructor activo de dicha trascendencia, primero en su persona y posteriormente en cada uno de sus pacientes.

Su práctica debe ser una invitación táctica pero convincente al crecimiento personal, a la búsqueda de la riqueza interior y la liberación del espíritu. Y más que un guía elevado o un conductor avezado en los senderos de la salud, el homeópata debe ser un compañero, un amigo y un anfitrión para el paciente doliente que cree buscar el alivio cuando en realidad se busca a sí mismo. Y así como la homeopatía cimienta sus alcances en su modesta naturaleza, pues no cura sino estimula, así también el homeópata debe convertirse, con espíritu humilde y actitud abierta, en guardián, hujier, guía y testigo del proceso de curación que la propia Energía Vital lleva a cabo sin otros recursos que su propia esencia. Proceso que, a fin de cuentas, jamás se detiene y que termina siendo verdadero milagro y fuente inagotable de satisfacciones.

De este modo, el homeópata actual aparte de una mente inquisitiva debe tener un corazón muy grande lleno de fervor y pasión. Más que un hombre mayor, adusto y lleno de misterios, debe tener espíritu joven, alegría y transparencia. Su consultorio, cálido y luminoso, debe aspirar a ser un segundo hogar para todo aquel que ahí entra. Su trato debe ser cordial y amistoso, buscando que se consolide en mutuo aprecio y el cariño creciente entre terapeuta y paciente a través de los cuales el alma se muestra mejor, pero sin dejar que se convierta en excesivo afecto con lo cual, de tan cerca, se nubla la visión.

El homeópata de hoy, integro pero jovial, debe cultivar la curiosidad inagotable del sentido de la maravilla para así poder soportar el vértigo de una ciencia arte que siempre nos supera y debe aspirar a ver lo que es verdaderamente importante, aquello que no se puede ver sino con el corazón.

El homeópata de hoy debe saber distinguir entre riqueza y dinero, reconocer sus limitaciones y entender, como dijo Paschero, que nada se puede hacer ni vale la pena sin amor; pero también debe entender que el amor, para que trascienda, debe tener un sentido y una intención. Entonces, como dijo Kent, sabrá con certeza lo que es verdaderamente importante.

Ah... y no debe tener miedo. Porque si él ama a la Homeopatía, la Homeopatía lo amará a él. Y la Homeopatía es una de las hijas predilectas de Dios.
 

 
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